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05 Jul
05Jul


Cuando Hassan, un gran místico sufí, se estaba muriendo, alguien le preguntó:

—Hassan, ¿quién ha sido tu maestro?

—Tuve miles de maestros —respondió Hassan—, decir sus nombres me llevaría meses y ya no hay tiempo. Pero hay tres maestros de los que te hablaré:

Uno fue un ladrón. Una vez me perdí en el desierto y cuando llegué a una aldea ya era muy tarde, todo estaba cerrado. Finalmente encontré a un hombre que estaba tratando de hacer un agujero en la pared de una casa. Le pregunté dónde podía pasar la noche y me dijo: «A esta hora va a ser muy difícil que encuentres un lugar, pero puedes quedarte conmigo, si no te molesta estar con un ladrón».

Era un hombre increíble. Todas las noches me decía:

«Ahora me voy a trabajar. Tú descansa y reza». Cuando volvía, yo le preguntaba: «¿Has conseguido algo?», y él me contestaba: «No, esta noche no. Pero mañana lo intentaré otra vez, si Dios quiere...». Nunca perdía la esperanza, siempre estaba contento.

Había estado meditando sin parar durante años, y nada sucedía. Había momentos en que me sentía tan desesperado que pensaba terminar con toda esa estupidez. Entonces me acordaba del ladrón que todas las noches decía:

«Mañana sucederá...»

Mi segundo maestro fue un perro. Yo iba al río y llegó un perro. Él también tenía sed. Intentó beber agua, vio allí a otro perro (su propia imagen) y se asustó. Ladró y salió corriendo, pero tenía tanta sed que regresó. Finalmente, a pesar de su miedo, saltó dentro del agua, y su imagen desapareció. Allí supe que me había llegado un mensaje de Dios: uno debe saltar a pesar de todos los miedos.

El tercer maestro fue un niño. Llegué a una ciudad y vi a un niño que llevaba una vela encendida. Se dirigía a la mezquita.

Bromeando le pregunté: «¿Tú mismo la encendiste?». «Sí, señor», me contestó. Le pregunté: «Hubo un momento en que estuvo apagada y hubo un momento en el que estuvo encendida. ¿Me puedes decir de dónde vino la luz?».

El niño se rió, apagó la vela y me dijo: «Ahora que has visto que la luz se fue, ¿adónde se ha ido? Dímelo».

Mi ego fue sacudido, todo mi conocimiento fue sacudido. En ese momento entendí qué estúpido había sido siempre. ¿Quién enciende la llama de la sabiduría? ¿Hacia dónde se dirige? Comprendí que, como aquella vela, el hombre carga en ciertos momentos en su corazón el fuego sagrado, pero nunca sabe dónde fue encendido.

Es verdad que no he tenido maestro. Esto no quiere decir que no he sido un discípulo: acepté a toda la existencia como mi maestro. Yo confié en las nubes, los árboles... yo confié en la existencia como tal. No tuve un Maestro porque tuve millones de maestros, dispuesto a aprender, vulnerable ante toda la existencia...


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